El sol se esfuma en el mar, todos los brillos se van y la noche cae en Okinawa como barco a luz de luna, mientras que, al otro lado del hemisferio, en algún Registro Mercantil, lugar donde se esconde lo que hace “buuuhhh” en la noche, un amanecido joven abogado se encuentra en una cola interminable que le ha consumido prácticamente toda la mañana. Recuerda que dentro de cinco días se vence una cuota del carro y que difícilmente la podrá pagar en el plazo previsto, pues aún tiene pendientes por hacer varias gestiones encomendadas por sus clientes, cada una de ellas acompañadas por largas esperas y discusiones.
Al cabo de unas tres horas, como la marea de la mar, llega a la taquilla de aquel macabro lugar, pero como la marea es caprichosa, se va. En la taquilla le informan que no podrá firmar el documento ese mismo día y que debe dirigirse a la atención de la revisora, ser que se podría considerar cuasi-supremo, pero que al joven abogado divierte llamar en las profundidades de su mente quasimodo, aquel casi hecho perturbado sexual, creación de Víctor Hugo.
Estando algo tembloroso –y cansado- el joven abogado se dirige a la casi hecha y le pregunta en tono respetuoso y jurídico: -Disculpe doctora, me han dicho en taquilla que el acta de asamblea extraordinaria de accionistas de mi cliente ha sido objetada y que debía dirimir con usted las discrepancias que dicho documento, a su buen criterio, posee-. Sin detenerse a pensar por un momento, la quasi se humedece sus labios y de manera frívola e incluso temeraria, responde: –No, lo que pasa es que el documento que trajiste esta malo, así que cámbialo. -¿por qué?, pregunta asombrado el pupilo de Joserand; –Pues sencillo, tú me colocaste ahí que los accionistas decidieron que todo deficitario de la empresa seria legalmente forzado a apoquinar las deudas vencidas– A esto responde el joven: exactamente, así se lo coloque doctora, no veo cual es el problema. –Pues que eso yo no lo entiendo, esas palabras parecieran que fueran inventadas y (sic) hijo, uno en esta vida debe ser claro y preciso, así que te va a tocar acomodar eso y rapidito, porque en cuatro días se te vencen las planillas y te va a tocar volver a pagar, pues tienes que volverlo a pasar por revisión y eso mínimo, con la ayuda de la Virgen del Lujan, son tres días más. El joven, sosteniendo un lindo –y pesado- maletín de cuero en el brazo izquierdo y un libro duramente empastado en el derecho, comete un error de novato y le replica: -Me disculpa doctora, pero lo que usted sugiere es imposible, esto no es más que una mera transcripción del acta que se encuentra ya manuscrita en el respectivo libro de asambleas y recuerde que la única función del Registro Mercantil es la de dar publicidad a los actos de comercio, por ende, ustedes deben limitarse a solicitarme los recaudos de forma sin afectar el fondo. Inmediatamente, imitando un desagradable movimiento para colocarse de pie –muy similar a la del jorobado de Notre Dame,- mira profundamente a los ojos del joven jurista y dice en voz alta mientras lo salpica de labial de catálogo: -Eso no es así, esto es un Registro y nosotros decidimos que se registra y que no; -Dígame en que articulo aparece eso doctora-, pregunta el abogado; -En definitiva chico, dice la quasi, aquí se hace lo que yo diga y punto y ese documento no lo proceso hasta que lo acomoden, te guste o no y de una vez te voy diciendo, que si tú quieres que… [PUM – SILENCIO – PUM – GRITOS]
Ni los hermanos Mazeud, ni Colin, ni Petit, se hubieran imaginado que el joven abogado saltaría sobre la revisora, aplastando el cráneo con el lindo –y pesado- maletín de cuero, mientras que con la otra mano encajaba el lomo del tomo 2 de la obra Curso de Derecho Mercantil del Doctor Morles Hernández en la tráquea de la funcionaria.
El caos se apodero de la oficina, las demás empleadas asombradas gritaban de terror, mientras corrían despavoridas huyendo de los otros abogados -previamente vejados-, que siguiendo el ejemplo del pupilo, decidieron aplicar la máxima de Couture y ejecutar la justicia sobre la ley. El oficial de policía encargado de la custodia del recinto, rápidamente se acercó al muchacho, tomándolo por el hombro y con voz firme dijo: “Doctor por favor, usted sigue”.
El joven y amanecido abogado, frotando rápidamente sus ojos con ambas manos y percatándose de una extraña sensación (similar a la de Gregorio Samsa cuando despertó aquella mañana), tomo su lindo –y pesado- maletín, dirigiéndose a toda prisa hacia la taquilla donde debía introducir las correcciones del acta de la asamblea extraordinaria de accionistas que el día anterior le fueron señaladas, pues apenas solo le quedaban cuatro días para pagar la cuota del carro.