Bronce Oxidado.
—¿Celina que tienes hoy ahí? —me dijo con esa cara grasosa de lambucio. —¡Para ustedes nada! —¿Te vas a poner así conmigo bonita? —respondió mientras se secaba la frente con una toalla manchada. —Ustedes porque son policías creen que no tienen que pagar nunca, ya me tienen fastidiada y arruinada. —ay chica cállate, dame 3 de queso y dos de jamón. ¿Qué van a comer ustedes muchachos?
Los muchachos son tres policías también: El lambucio mayor, el Teniente, se llama García. Los otros tres son Pereza, Pino y Lafieri. —¡Ya escuchaste!: Pereza quiere tres de carne molida y Pino dos de Pabellón. ¡Lafieri! de que vas a querer las tuyas?
—Gracias mi teniente, pero yo estoy bien, desayune tarde.
De los 4 Lafieri siempre me ha parecido el más decente. Ojos azules, tal vez abuelos italianos, ¿quién sabe?, siempre con una sonrisa, siempre amable y nunca lambucio como los otros.
—Verga, Lafieri muchacho pajuo, agarra que es una donación para el comando. ¿Verdad negrita bella?. —Me llamo Margarita y no soy negrita! —exclamo indignada. Mi orgullo, mi razón, mi linda Margarita, mi muñequita dorada.
Esto es todos los días, empanadas y jugos gratis a estos maleantes. No tengo ni idea porque necesitamos autoridad en este pueblo. Tenemos una sola calle, la carretera nacional. No somos mas de 60 personas y estoy segurita que los más delincuentes son estos: menos Lafieri, él es diferente. Hace una semana estaba en mi silla vendiendo empanadas con mi muñequita y empezó a caer ese palo de agua, ¡malanga sea!, que palo de agua. Lafieri vino corriendo con un paraguas para nosotras. Cuando el día del niño le regalo a mi muñequita una muñeca y siempre tiene detalles con ella. Que falta le hace una figura paterna. Siempre pregunta, pero no me atrevo a decirle. —Simplemente no tienes papá muñequita.
—¿Cómo estas hoy Celina? —Hola Lafieri, bien vale, luchando por la locha. ¿Y tú? —Bien, haciendo lo que se puede. Y tú chiquita, ¿cómo estás? —preguntó mientras le pellizcaba un cachete— hoy estas más linda que de costumbre. — Bien, gracias —respondió mi muñequita como con pena, pero sonriendo. —Muñequita hágame un favor, vaya al kiosco de Perucho y pregúntele si para hoy va querer desayuno —salió corriendo (ahora si puedo echarle los perros a este catire). —Lafieri nunca te veo por ahí en la noche, ni siquiera en la pollera. ¿Tú no sales? —Que va, si con el sueldo que nos pagan de broma llego a lo de la habitación y le mando a mama. Si me pongo a beber a estas alturas terminare pidiendo. —Bueno, si algo saben ustedes es pedir ¿no?. —No midas a todos con la misma vara Celina, eso no es de cristianos. —Ni comerse las cosas ajenas es de cristiano y ya me deben 345 empanadas. —¡Lafieri! ¡páreme esa gandola pero ya! —vocifero el maldito gordo lambucio y Lafieri a paso rápido se fue.
—¡Hola perrita! —Hola Carmen, ¿qué cuentas? —¿Qué cuentas?, no te hagas la loca que te vi zorreando con el policía bello, ¿ya se la diste? —ay Carmen no seas ordinaria, estábamos hablando no mas. —Bueno o te lo coges tu o me lo cojo yo, pero apúrate que me hace así… achí… —Bicha ordinaria… jajajajajaja. Y qué cuentas, ¿alguna película nueva? —Que va, todo ahora lo quieren es quemar en blurei y como aquí lo que vendo es dibidi todo es pura vaina vieja. —Bueno mija, pero es lo único que se puede ver, películas, gandolas y tierra… —y ojitos azules mi amor, no te olvides de eso. Que ganas tengo de ver esos ojitos mientras me la come. —Ambas volteamos a ver a ojitos azules. Estaba bajando su comisión de la gandola que habían parado.
Nuestra vida es sencilla, humilde pero sencilla. Trabajar desde las 4 de la mañana, encendiendo el caldero, amasando, despertando a mi muñequita, para trabajar, aquí no hay escuelita y está muy pequeña para la pública. Tiene 4 años.
Las mañanas se van a la orilla de la carretera, alimentando lambucios, atendiendo clientes, hablando con Carmen, viendo a Lafieri. Las tardes se van en el mercado, en limpiar la cocina, ver alguna novela y enseñarle a Margarita las letras y los números. Las noches empiezan y terminan temprano para nosotras, por lo general a las 8 ya estamos listas para dormir.
Nuestra casita es pequeña pero sólida. Techo de zinc, paredes de bloque, un baño, dos habitaciones, una sala-cocina. No tenemos internet y teníamos DireTV pero como todo se acabó. Ahora tenemos un reproductor de dibidis y de vez en cuando se ve Telesur, pero no siempre, no tenemos antena.
Esta tranquila la noche, mi muñequita ya está dormida, son las 8:00. El cielo se ve lindo, las estrellas, el fondo oscuro, los ojos de Lafieri. Apago la luz, me toco, pienso en él, me toco de nuevo: sueño.
¿Qué fue ese ruido? ¿lo soñé? ¡NO! ¡Es afuera!
Corro, salgo del cuarto, reviso a mi muñequita, está bien, sigue dormida y la ventana cerrada. Corro a la sala, mantengo las luces apagadas. me asomo por la ventana de la puerta, no veo nada. ¿Qué es eso?, pasó corriendo, es una sombra: ¡CARMEN! —grito— ¡AYUDA, ALGUIEN ESTA AQUI! —Veo su casa, sé que está ahí, la luz del porche se apaga: no se asoma, no contesta.
Un ruido afuera, alguien abrió la puerta del jardín, grito y miento: —¿QUIEN ESTA AHI? ¡ESTOY ARMADA!
Siento que tocan la cerradura de la puerta, no va abrir, tiene candado. Una voz: —Celina, ¿estás bien?, soy yo Lafieri.
—¿Lafieri? ¿Qué carajo haces aquí? Me mataste del susto. —Mija, si yo iba a la casa después de mi turno y de repente empecé a escuchar los gritos. ¿Están bien? —Sí, ya te abro.
Al quitar el candado y abrir la puerta vi sus ojos, sus lindos ojos llenos de estrellas, la calma y seguridad se apoderaron de mi mientras que el miedo y la desesperación abandonaban el cuerpo en forma de lágrimas:
—Gracias a Dios estabas aquí. Estaba aterrada, había alguien ahí afuera. —¿Qué dices? Vengo de afuera y no vi a nadie en el patio ni cerca en la calle. —Te digo que vi alguien corriendo en el patio, se veía como una sombra. —Que va, creo que los sentidos te han engañado. ¿Comiste? Mira, tengo aquí cena y unas cervezas, vamos a sentarnos, trae dos vasos.
Le lleve los vasos y tome un pollo asado que traía para calentarlo. Es curioso, desde mi ventana veo la casa de Carmen, acaba de encender la luz del porche, está en la ventana.
Bebimos cerveza, él las servía, yo reía y contaba chistes, él reía también. La casa se puso oscura, como el cielo y ahí las vi, las estrellas, sus estrellas, sus ojos. Fuimos al cuarto.
Se quita el uniforme sin quitarme la mirada. Me quito la bata de dormir, sin perderme sus estrellas.
Estamos los dos en la cama. Sus caricias me hacen flotar y sus besos me hacen suspirar. Su boca en mi cuello, mi boca en su oreja. Cierro los ojos, pero no quiero. Suelto su cuello, tampoco quiero. La respiración aumenta, mi peso disminuye, la gravedad comienza a fallar. ¡Dios no!, ¡no otra vez!.
Veo y escucho la sombra. No es una, son varias. Las escucho rodear la casa, las escucho reír. Mis ojos quieren irse, trato de mantenerlos en la tierra, pero me cuesta. Logro por un segundo abrirlos, ahí están, los ojos de Lafieri, pero ya no son el cielo oscuro lleno de estrellas, son una fosa llena de brasas. ¡La cerveza!, pienso mientras los ojos deciden largarse. Las sombras están en la puerta.
La gravedad ya no es un guardián, logro vencerla y comienzo el ascenso. Los ojos vuelven a abrirse y me veo. Estoy nariz con nariz conmigo misma. Sigo ascendiendo y ahora veo la espalda de Lafieri, está sobre mí.
Ya a la altura del techo del cuarto veo como se levanta y me cubre con las sabanas. Escucho a las sombras en la puerta, él también. Camina hacia la entrada y yo desde mi habitación veo las sombras entrar en mi casa: Pérez, Pino y Garcia. No tienen uniformes, están vestidos de sombras.
Sigo ascendiendo y puedo ver mi casa, pero puedo ver a través del techo. Veo a las sombras caminando… riendo… quitándose la ropa, van al otro cuarto. ¡Dios no! ¡Mi muñequita!
Sigo hacia arriba, veo la cuadra, veo la casa de Carmen, veo como se apaga de nuevo la luz del porche.
Sigo subiendo y golpeo mi cabeza con la luna. Todo oscurece.
Abro los ojos y veo luz, pero veo todo borros. Estoy en la cama, estoy cubierta hasta la cara.
Me levanto de un salto y camino hacia la cocina y ahí está Lafieri, preparando unas empanadas de queso. —Buenos días dormilona, ¿Quieres café?. Coloca la taza sobre la mesa, al lado del revolver. Me mira como si nada, se sienta y me comienza hablar pero no puedo escuchar nada, es como si mi cabeza siguiera rebotando contra la luna y los oídos me zumbaran. Mi vista igual falla, es como si aún estuviera viendo a través de las sabanas. Al rato escucho una corneta y un grito: ¡Lafieri!; levantándose me dice: nos vemos en la noche mi amor -y camina hacia la puerta. Me levanto y camino detrás de él, es la camioneta de la policía: Pérez, Pino y Garcia. Lafieri cierra la puerta que dice Poliaragua despidiéndose por la ventana y se escuchan las carcajadas desde dentro. Arrancan y uno de ellos grita: ¡Adiós Suegra!
A todas estas no he llorado. Entro a la casa y sentada en la mesa, no la había visto en todo este rato, mi muñequita bella. Sentada, callada, sin expresión alguna. Ya mi muñequita no era dorada, tenía manchas en todo su cuerpo como de color verdoso. La cubrí con un mantel que tenía en la cocina y le dije: —Acuéstate ahí en el sofá, mama ya va para allá.
Lafieri había dejado la hornilla encendida, con el poco aire que me quedaba sople dos veces y logre apagar la llama, cerré las ventanas y me acosté también en el sofá. —Cierra los ojos mi muñequita, vamos a flotar. Vamos a flotar de este infierno, pero eso si, tienes que tener cuidado con la luna, la condenada es más dura que una piedra y si no te fijas te vas a dar un coscorronazo. —Ella seguía sin ninguna expresión, callada, mirando fijamente dentro de si. Poco a poco fue cerrando sus ojos y los míos empezaron también a ceder. La bombona la cambie ayer.
Ya me siento laxa, me siento Moirè, estoy flotando y mi muñequita también. Ya sonríe y me dice: ¡mira mami, estoy volando!. Sí mi amor —le digo— mira hacia arriba, hacia allá vamos. —Nos vamos yendo y pasando el techo de la casa doy una ultima mirada de lo que dejamos, nuestros dos cuerpos tirados en el sofá. Dos cuerpos que antes eran dorados, pero que ahora no son mas que bronce oxidado.